lunes, 4 de abril de 2011

EL ESPÍRITU

EL ESPÍRITU

El umbral del silencio
El intento del infinito
La voz del Espíritu
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Para un brujo el Espíritu es lo abstracto, porque para conocerlo no necesita de palabras, ni siquiera de pensamientos; es lo abstracto porque un brujo no puede concebir qué es el Espíritu.

Para Don Juan el Espíritu es lo abstracto, ya que para conocerlo no se requiere de palabras ni pensamientos; es lo abstracto porque un brujo no puede concebir qué es el Espíritu. Sin embargo, sin tener la más mínima oportunidad ni deseo de entenderlo, el brujo lo maneja, lo llama, lo incita, se familiariza con él; el Espíritu es algo que sólo puede sentir y lo expresa en sus actos.
Don Juan cuenta una y otra vez historias de "brujería". Historias que tienen que ver con videntes, guerreros, aprendices y hasta con su propia experiencia personal. Pero todas estas historias tienen un centro abstracto, en las cuales se expresa el Espíritu; son, por decirlo, historias donde siempre está presente el Intento.

Estas historias hay que recordarlas una y otra vez hasta que, poco a poco, lo abstracto va llegando a nosotros. Y tal pareciera que la historia se descubre o se recrea; cada vez que las repasamos brotan cosas que anteriormente no habíamos percibido; llegamos a sus centros abstractos.
Estas historias hay que repasarlas, después analizarlas y luego volverlas a pensar, hasta llegar a revivirlas casi literalmente.

Por ello, los guerreros tienen que obtener puntos de referencia en el pasado para poder usar las historias de los centros abstractos y sacar el conocimiento. El hombre común también usa el pasado, pero siempre por razones personales que enaltezcan y exalten su importancia personal.

El Espíritu no es el guardián de nadie. Es una fuerza abstracta ni buena ni mala. Una fuerza que no tiene interés alguno en nosotros, pero que a pesar de ello responde a nuestro poder. No a nuestras oraciones sino a nuestro poder.
En gran medida, el Espíritu es una especie de animal salvaje que mantiene su distancia respecto a nosotros hasta el momento que algo lo tienta a avanzar. Es entonces cuando se manifiesta.

La voz del Espíritu sale de la nada. Sale de la profundidad del silencio, del reino del no ser. Solo se escucha esta voz cuando estamos totalmente equilibrados.
Se deben mantener en equilibrio las dos fuerzas opuestas que nos rigen, lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo, la luz y la oscuridad, a fin de crear una abertura en la energía que nos rodea: una abertura por la cual puede deslizarse nuestra conciencia. Es a través de esa abertura en la energía que nos envuelve, que el Espíritu se manifiesta.



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El umbral del silencio

En todas las vías espirituales de la humanidad el silencio interior es la condición si ne qua non para que lo esencial pueda emerger.

Todo lo que llega a nuestros sentidos es una señal. Solo hay que tener la velocidad necesaria para silenciar la mente y captar su mensaje. Mediante estas indicaciones, el Espíritu nos habla con voz muy clara.

¡Esa voz no es una metáfora! ¡Es literal! A veces se compone de palabras, otras veces solo susurra o despliega una escena delante de nuestros ojos, como una película. De ese modo, el Espíritu nos trasmite sus comandos, que pueden  resumirse en una sola expresión: ¡Intenta, intenta!.
La voz del espíritu nos habla a todos por igual, pero no nos damos cuenta, estamos tan ocupados con nuestros pensamientos que, en lugar de hacer silencio y escuchar, preferimos recurrir a todo tipo de subterfugios. Por eso existen los "convocadores".
Un "convocador" es un recurso de la atención, una manera de acceder a otro nivel de conciencia. Podemos usar así cualquier cosa para sintonizar al Espíritu, porque, finalmente está detrás de todo lo que existe. Pero ciertas cosas nos atraen con más fuerza que otras.
Por lo común la gente tiene sus oraciones, sus rezos y sus amuletos, o elabora rituales privados o colectivos. Los brujos de la vieja guardia eran propensos al misticismo; usaban la astrología, oráculos y conjuros, varas mágicas, cualquier cosa que burlase la vigilancia de la razón.
Pero para los nuevos videntes esos recursos son un despilfarro y ocultan un peligro: pueden desviar la atención de la persona que, en lugar de enfocarse en su vínculo inmediato con el Espíritu, se hace adicta al símbolo. Los guerreros actuales prefieren métodos menos ostentosos. Don Juan recomendaba intentar directamente el silencio interior.

Todas las enseñanzas de Don Juan tienen como cimientos el arte del silencio. El silencio es un pasadizo entre los mundos. Al callar nuestra mente, emergen aspectos increíbles de nuestro ser. A partir de ese momento, la persona se hace vehículo del intento y todos sus actos comienzan a rezumar poder.
Y esto no es definible. Solo cuando lo practicas, lo percibes. Si tratas de entender, lo bloqueas. No lo veas como algo difícil o complejo, porque no es nada del otro mundo; tan solo es, acallar la mente.
Podría decirles que el silencio es como un muelle a donde llegan los barcos; si el muelle está ocupado, no hay cabida para nada nuevo. Tal es mi visión del asunto, pero, en verdad, no sé cómo hablarles de eso.
El silencio mental no es solamente la ausencia de pensamientos. Más bien, se trata de suspender los juicios, de atestiguar sin interpretar. Entrar al silencio se puede definir, según el contradictorio modo de  los brujos, como  ”aprender a pensar sin palabras”
Conozco gentes que consiguieron parar su dialogo interno y ya no interpretan, son pura percepción;  nunca se desilusionan ni arrepienten, pues todo lo que hacen parte del centro de la decisión. Han aprendido a lidiar con su mente en términos de autoridad y viven en el mas autentico estado de libertad.

Don Juan afirmaba que somos animales predatorios que, a fuerza de amansarnos, hemos terminado por convertirnos en rumiantes. Pasamos la vida regurgitando una lista interminable de opiniones sobre casi todo. Los pensamientos nos llegan en racimos; uno empalma con el otro, hasta rellenar todo el espacio de la mente. Ese ruido no tiene ninguna utilidad, porque, prácticamente en su totalidad, está dirigido al engrandecimiento del ego.
Los ejercicios practicos  para llegar al silencio son un asunto muy privado porque los resortes del dialogo interno se nutren de nuestra historia personal.
Sin embargo a traves de milenios de prácticas, los brujos han observado que, en el fondo, somos muy parecidos y hay situaciones que tienen el efecto de silenciarnos a todos por igual.
El silencio empieza con una orden, un acto de voluntad que se convierte en el comando del Águila. Sin embargo hemos de tener en cuenta que, mientras nos impongamos el silencio, nunca estaremos verdaderamente ahí, sino en la imposición. Hay que aprender a transformar la voluntad en intento.
El silencio es tranquilo, es un abandonarse, dejarse ir. Produce una sensación de ausencia, como la que tiene un niño cuando se queda mirando al fuego. ¡Que maravilla recordar ese sentimiento, saber que se puede volver a evocar!

La técnica de observar, es decir, de contemplar  el mundo sin ideas preconcebidas, funciona muy bien con los elementos. Por ejemplo, con las llamas, la caída del agua, las formas de las nubes ó la puesta del Sol. Los nuevos videntes le llaman "engañar a la maquina", porque, en esencia, consiste en aprender a intentar una nueva descripción.

Lo importante es que nuestro intento sea inteligente. De nada sirve que nos esforcemos por llegar al silencio si primero no le creamos condiciones favorables para que se sostenga. Por lo tanto, además de ejercitarse en la observación de los elementos, un guerrero está obligado a hacer algo muy simple, pero muy difícil: ordenar su vida.

Los brujo antiguos solían emplear plantas de poder  para detener el dialogo interno. Pero los guerreros actuales prefieren condiciones menos riesgosas y más controladas. El método preferido de los guerreros es la recapitulación. La recapitulación detiene la mente de una forma natural.
El principal combustible de nuestros pensamientos son los asuntos pendientes, las expectativas y las defensas del ego. Es muy difícil encontrar una persona cuyo dialogo interno sea sincero; lo común es que disimulemos nuestras frustraciones yéndonos al extremo opuesto. Así, el contenido de nuestra mente se convierte en una oda al yo.
Recapitular acaba con todo eso. Después de un tiempo de esfuerzo sostenido, algo cristaliza ahí dentro. El dialogo habitual se nos hace incoherente, incomodo; no queda otro remedio que pararlo.
"Encuentros con el Nagual"

El intento del infinito

Don Juan siguió explicando que en el momento en que uno cruza el peculiar umbral del infinito, sea deliberadamente o como en mi caso, inconscientemente, todo lo que le pasa a uno desde ese momento, ya no está exclusivamente en el dominio de uno, sino que entra en el reino del infinito.
- Cuando nos conocimos en Arizona, los dos cruzamos un peculiar umbral -continuó-. Y ese umbral no fue decidido ni por ti ni por mí; sino por el infinito mismo. El infinito es todo lo que nos rodea.
Dijo esto haciendo un gesto amplio con los brazos.
- Los chamanes de mi linaje lo llaman el infinito, el espíritu, el oscuro mar de la
conciencia, y dicen que es algo que existe allí afuera y que rige sobre nuestras vidas.
Podía realmente comprender todo lo que me estaba diciendo, y sin embargo, no sabía de qué demonios estaba hablando. Le pregunté si cruzar el umbral había sido un suceso accidental, resultado de circunstancias impredecibles regidas por el azar. Contestó que sus pasos y los míos fueron guiados por el infinito, y que circunstancias que parecían ser regidas por el azar fueron en esencia guiadas por el lado activo del infinito. Lo llamó intento.
- Lo que nos reunió a ti y a mí -siguió-, fue el intento del infinito. Es imposible determinar lo que es este intento del infinito, sin embargo está allí, tan palpable como tú y yo. Los chamanes dicen que es un temblor en el aire. La ventaja de los chamanes es el saber que existe el temblor en el aire y asentir a él sin más. Para los chamanes no hay cavilaciones, preguntas, especulaciones. Saben que todo lo que tienen es la posibilidad de unirse con el intento del infinito, y lo hacen.

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La voz del Espíritu

Don Juan me había dicho que los chamanes se enfrentan a lo desconocido a través de los incidentes más banales que se pueda uno imaginar. Cuando se enfrentan a ello y no pueden interpretar lo que están percibiendo, tienen que apoyarse en un recurso exterior para saber por dónde ir. Don Juan llamaba a ese recurso el Infinito, o la voz del Espíritu, y había dicho que si los chamanes no se esfuerzan por ser racionales con algo que no puede ser racionalizado, el espíritu les dice lo que ocurre, sin falla.
Don Juan me guió a aceptar la idea de que el infinito era una fuerza que tenía voz y que estaba consciente de sí misma. A consecuencia, me había preparado para estar atento a esa voz y siempre actuar con eficacia, pero sin antecedentes, usando cuanto menos posible el apoyo del a priori. Esperé impacientemente a que la voz del espíritu me dijera el sentido de mis memorias, pero no pasó nada.
Estaba en una librería un día cuando una joven me reconoció y se acercó para hablar conmigo. Era alta y delgada y tenía la voz insegura de una nena. Estaba tratando de hacerla sentir cómoda cuando de pronto me acosó un cambio energético instantáneo. Era como si una alarma se hubiera encendido dentro de mí, y sin ninguna volición de mi parte, tal como había sucedido antes, recordé otro suceso de mi vida que había olvidado por completo. La memoria de la casa de mis abuelos me inundó. Era una avalancha intensa y devastadora, y otra vez tuve que meterme en un rincón. Me sacudía el cuerpo como si me hubiera resfriado...

...El afán de imponer mi voluntad se extendía sobre todo. No hacía yo distinciones; no importaba quién estuviera cerca de mí, estaban allí para que los poseyera y amoldara según mis caprichos.
Ya no tuve que sopesar el significado de mis visiones tan vivas. Porque una incontrovertible certeza me invadió como si viniera de afuera. Me dijo que mi flaqueza era la idea de tener que ocupar la mesa del director en todo momento. El concepto de que era yo el que mandaba, y que además debía dominar cualquier situación, estaba arraigadísimo en mí. La forma en que me habían criado sólo sirvió para reforzar este impulso, que al principio debe haber sido arbitrario, pero que ya en mi madurez se convirtió en necesidad.
Era consciente sin duda alguna de que lo que se jugaba era el infinito. Don Juan lo había descrito como una fuerza consciente que deliberadamente interviene en la vida de un chamán. Y ahora estaba interviniendo en la mía. Supe que el infinito me estaba señalando, a través de las memorias vivas de esas experiencias olvidadas, la intensidad y la profundidad de mi impulso de dominación, y de esa manera estaba preparándome para algo trascendental. Supe además, con una certeza aterrorizadora, que algo me iba a vedar la posibilidad de tener domino sobre eso, y que necesitaba más que nada la sobriedad, la fluidez y el abandono para poder enfrentarme a lo que venía.

Desde luego, le dije todo esto a Don Juan, ampliándolo gustosamente con mi inspirada perspicacia y mis especulaciones sobre el posible significado de mis recuerdos.
Don Juan se rió, demostrando su buen humor.
- Todo esto es exageración psicológica de tu parte, puras ilusiones -dijo- Como siempre, estás buscando explicaciones bajo las premisas lineales de causa y efecto. Cada uno de tus recuerdos se vuelve más y más vivo, y más y más enloquecedor para ti, porque como ya te dije, has entrado en un proceso irreversible. Está emergiendo tu mente verdadera, despertando de un estado letárgico de toda una vida.
- El infinito te está reclamando como propio -continuó-. No importe lo que utilice para señalarte eso, no tiene otra razón, otra causa, otro valor que eso. Lo que debes hacer, sin embargo, es prepararte para el ataque violento del infinito. Debes estar en un estado de continuo desvelo, afirmado para recibir un golpe de enorme magnitud. Ésa es la manera sobria y cuerda en que los chamanes se enfrentan al infinito.
Las palabras de Don Juan me dejaron con un sabor amargo en la boca. En verdad, sentía que esa fuerza venía sobre mí y me llenaba de temor. Como había pasado mi vida entera escondido detrás de alguna actividad superflua, me hundí en mi trabajo. Presenté conferencias en los cursos que dictaban mis amigos en varias universidades por el sur de California. Escribí prolíficamente. Puedo afirmar que tiré docenas de manuscritos a la basura porque no cumplían con un requisito indispensable que me había descrito Don Juan, que lo hacía aceptable para el infinito.
Me había dicho que todo lo que hacía tenía que ser un acto de brujería. Un acto libre de expectativas intrusas, temores al rechazo, ilusiones de éxito. Libre del culto del yo; todo lo que hacía tenía que ser al momento, un acto de magia en que me abría libremente a los impulsos del infinito.
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