jueves, 24 de marzo de 2011

LA MUERTE COMO CONSEJERA

LA MUERTE COMO CONSEJERA

1 - La muerte como Maestra
2 - La muerte como Aliada
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"Sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza. Los brujos se esfuerzan sin medida por tener su muerte en cuenta, con el fin de saber, al nivel más profundo, que no tienen ninguna otra certeza sino la de morir. Ese conocimiento da a los brujos el valor de tener paciencia sin dejar de actuar; les da, asimismo, el valor de acceder, el valor de aceptar todo sin caer en la estupidez y, sobre todo, les otorga el valor para no tener compasión ni entregarse a la importancia personal."
"El conocimiento silencioso"

La sociedad moderna, extraño monopolio de una secta cosmopolita, se distingue de otras sociedades por guardar silencio sobre la muerte. Toda referencia a la muerte está proscrita, y los muertos son escamoteados. Para el guerrero, la muerte es, por el contrario, la única compañía verdadera, la consejera que testimonia todos sus actos. Y ello, sin obsesión, sin morbosidad, ni tristeza, ni remordimiento, sino por el contrario con el sentimiento lúcido de que sin ella el mundo sería enojoso. Si fuera en realidad eterno, el hombre no haría otra cosa que permanecer indeciso, eludir sus responsabilidades; inevitablemente sería el ser veleidoso que tanto abunda en un universo en el que, sin embargo, la muerte es el final inevitable de todos los seres. Y nadie puede estar seguro de que la muerte no le golpeará en cualquier instante; puede decirse que no puede esperar cambiar nada quien no esté impresionado por esta evidencia.

El universo vil, veleidoso y juguetón es un universo de avestruces. El universo está marcado por la muerte, por la muda y cercana presencia de la muerte. Por extraño que esto pueda parecer, de lo que nos persuadimos con mayor dificultad es de que no somos eternos. La muerte toca nuestra razón, sí fantasma conceptual, pero raramente nuestro sentimiento. Es este sentimiento lo que el guerrero debe primar antes que nada. El guerrero es esencialmente alguien que camina con su muerte. Mientras que la continuidad del hombre corriente -para quien los actos jamás son plenos sino que deben tener una continuidad, como su querido "yo" definido por su historia personal- le vuelve tímido, el sentimiento de la muerte hace eficaz al guerrero, como un lúcido hombre acosado. Y paradójicamente, el hombre que cree tener todo su tiempo es a menudo el grosero, ávido y libidinoso que el guerrero no debe ser; éste, si actúa con el sentimiento de la urgencia, jamás actúa con odio, y ciertamente rechaza comportarse como un cerdo so pretexto de que la vida le ha de faltar, como el hombre común sorprendido por una catástrofe inminente. El guerrero forja su paciencia, que es el arte de perseguir su objetivo sin proyectar nada de antemano, viviendo con plenitud el momento presente.

El guerrero no puede perturbarse, ya que siempre está preparado. El sentimiento de la muerte, por el contrario, le torna dulce y bondadoso, pues para él, ante este fin irremediable, todos los destinos son válidos. Después de todo, nada me diferenciaba del escarabajo. Tras su escondrijo, la muerte nos acechaba a los dos como una sombra. Además, la dulzura y bondad espontáneas de los hombres llamados primitivos es la prueba de su superioridad sobre el hombre civilizado, es decir, envuelto en mil cobardías.

"La muerte camina a nuestro lado, por ello podemos sentirla físicamente,
pero puede ser cualquier cosa: es la consejera que susurra sin cesar: no tienes tiempo."

La realización de nuestra dimensión humana no se llevará a cabo, pues, durante una paradisíaca eternidad judaica, ni en nuestras relaciones sociales futuras. Es necesario actuar ahora; el guerrero sólo tiene tiempo para decidir, y ha de decidir ante su muerte inevitable. Sus actos no testimonian timidez, cólera, vanidad, codicia, sino la sola muerte, y por eso son actos obligatorios y eficaces. Los actos tienen un poder, particularmente cuando quien actúa sabe que son la última batalla en la tierra. Hay una ardiente y extraña felicidad en el hecho de actuar sabiendo que este acto bien puede ser el último de la vida. Estos actos son, como hemos visto, los desafíos, los retos que el guerrero acepta plenamente, pero sin creer. Entonces los actos, frente a esa conciencia obligatoria, se desarrollan por sí mismos, y cuanto más actúa así el guerrero, menos cree en lo que hace.
Un día Castaneda ofreció a Don Juan el libro tibetano de los muertos y se lo leyó. Don Juan le respondió que lo que dicen no tiene nada que ver con la muerte: No comprendo por qué estas gentes habrán de la muerte como si se pareciese a la vida, dice; y añade que ellos no han "visto" su muerte, pues para el que ve, no predomina ningún elemento, ni siquiera la vida; no creo que la muerte se parezca a nada, continua... eso de lo que hablan no es la muerte. Echándose a reír, añadió: Puede que los tibetanos "vean" verdaderamente, y en ese caso pueden haberse apercibido de que eso que ven no tiene ningún sentido, y escriben ese montón de pamplinas porque para ellos no tiene ninguna importancia. Y en ese caso, lo que han escrito no es en absoluto un montón de pamplinas... La muerte no es nada; está ahí, y, sin embargo, no está ahí en absoluto.

La muerte está en todas partes. Acaso esté en los faros de un coche que alumbran tras de nosotros desde lo alto de una colina distante. Pueden permanecer visibles por un rato y entonces desaparecer en la oscuridad como si se los hubiera tragado la tierra, para aparecer sobre otra colina y luego desaparecer de nuevo. Ésas son las luces que lleva la muerte sobre su cabeza. La muerte se las pone por sombrero y se lanza al galope, ganándonos terreno, acercándose más y más. A veces apaga sus luces. Pero la muerte nunca se detiene. La muerte está omnipresente en un universo terrible y espantoso: está detrás de cada cosa, discreta, omnipotente y evanescente. Sólo dice Don Juan la idea de la muerte desata suficientemente al hombre hasta el punto de hacerle incapaz de abandonarse. Sólo la idea de la muerte libera suficientemente al hombre hasta el punto de no poder considerar ya que se priva de nada. Un hombre de esta clase no desea, a pesar de todo, absolutamente nada, pues ha adquirido un silencioso apetito por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que la muerte le acecha, que no le dará tiempo de agarrarse a nada; por tanto, sin experimentar un deseo obsesivo, prueba la totalidad de todo.

De esta manera, sus decisiones son irrevocables; puede decirse de este hombre que es un guerrero, que ha adquirido la paciencia.

El sentimiento de la muerte hace actuar con la perfección y el desapego de quien no cree en nada, quien no codicia nada, pues todo el placer radica en no tener nada que ganar, nada que perder.















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La muerte como Maestra

Nuestro error más costoso es permitirnos no pensar en la muerte. Es como si creyéramos que, al no pensar en ella, nos vamos a proteger de sus efectos.
Los brujos dicen que la muerte es nuestro único adversario que vale la pena. La muerte no es un enemigo, aunque así lo parezca. La muerte no es nuestra destructora aunque así lo pensemos. la vida es el proceso mediante el cual la muerte nos desafía, la muerte es la fuerza activa. La vida es sólo el medio, el ruedo y en ese ruedo hay únicamente dos contrincantes a la vez: la muerte y uno mismo. La muerte es quien nos reta y nosotros nacemos para aceptar ese reto, seamos hombres comunes y corrientes o brujos. La diferencia es que los brujos lo saben y los hombres comunes y corrientes no.

Este concepto de la muerte como el gran adversario que nos infunde de valor y paciencia para actuar sin entregarnos a la importancia personal o al egocentrismo nos hace ver a la muerte como un maestro que nos saca de nuestro inconsciente escondite y nos abre a la verdad de la vida y del universo. Cuando las cosas pierden claridad, un guerrero piensa en su muerte, es lo único que templa su espíritu.

Reflexionemos sobre ello. A poco que pensemos, hemos de llegar a darnos cuenta de que en realidad ignoramos quienes somos, es decir, cuándo nos preguntan sobre nuestra identidad respondemos con una diversa variedad de elementos que hemos coleccionado con el fin de definirnos a nosotros mismos (por ejemplo, soy uruguayo, psicólogo, hombre, ...etc.). Pero cuando todas esas cosas se nos quitan, ¿tenemos idea de quienes somos en realidad sin y detrás de todos esos agregados?.

Además, nos identificamos con nuestro cuerpo y con nuestra muerte, pero que sucederá cuando ya no estén presentes, ¿son estos dos elementos sostenes seguros y confiables de nuestro ser y de nuestra identidad?

Para no hacer frente a estas interrogantes, buscamos y exigimos vivir según un plan pre-establecido, por ejemplo, estudiar, trabajar, formar una familia, etc., etc., de manera de vivir de forma acelerada, ocupando el tiempo con responsabilidades y con cosas materiales.

En una palabra, si deseamos dejar de una vez por todas que la vida nos viva a nosotros y en cambio vivir nosotros la vida (valga la perogrullada), debemos empezar por aceptar la muerte como una gran maestra que continuamente nos susurra al oído: "Carpe diem", es decir, vive la vida en el aquí y ahora, sin dejar situaciones inconclusas, pues no sabemos que llegará primero, si la muerte o el próximo día.

¿Es esta una visión pesimista de la vida, que nos sume en la angustia y el terror continuos? Muy por el contrario. Nos permite una vida plena y fluida, pues al no saber en que momento ha de llegarnos el momento último, evitamos por un lado el dejar asuntos pendientes y minimizamos nuestra personal importancia, y por otro lado, buscamos mantener una comunicación plena y sincera con quienes y con lo que nos rodea, expresando en forma continua un profundo respeto y amor por todo y todos.

Al ser conscientes de que nada es permanente, de que como dijera Lavoisier, nada se pierde sino que todo se transforma, despertamos al hecho de que nada es independiente sino que todo es inter-dependiente con todo y todos. Somos in-dividuos pero también estamos en común-unión y por consiguiente, nuestra más insignificante motivación, acción y/o palabra tiene consecuencias reales en todos los niveles del universo y en todos sus tiempos.

Ergo, hemos de vivir en el aquí y ahora, en el momento presente pues el pasado ha dejado de existir como tal y ahora es parte del presente, y el futuro es algo incierto aunque fecundo y lleno de posibilidades, pero cuya plenitud depende del momento actual; el futuro nace junto con el momento presente y muere con él. Y así hemos de aprender a ser lo que Don Juan llamaba un hombre de conocimiento, un guerrero espiritual que vive su vida desde y con impecabilidad.

Esto significa que hemos de comprender que las crisis, el sufrimiento y las dificultades son puntos de inflexión en nuestras aletargadas existencias; son verdaderas oportunidades para transformarnos de y en forma íntegra, dándonos cuenta de la impermanencia de todo y aprendiendo así a aceptar los cambios. Como refiriera Heráclito de Efeso, no nos lavamos las manos dos veces en el mismo río.
Por Germán H. Pastorini

La muerte como Aliada

La muerte es nuestra eterna compañera. Se halla siempre a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo tras de nosotros. La muerte es la única consejera sabia con la que cuenta un guerrero. Cada vez que el guerrero siente que todo anda mal y que está a punto de ser aniquilado, puede volverse a su muerte y preguntarle si ello es cierto. Su muerte le dirá que se equivoca, que en realidad nada importa salvo su toque. Su muerte le dirá: "Todavía no te he tocado."
Un guerrero se considera ya muerto, así no tiene nada que perder. Ya le pasó lo peor, y por lo tanto se siente tranquilo y sus pensamientos son claros. A juzgar por sus actos, uno jamás sospecharía que un guerrero lo ha presenciado todo.
Lo cierto, para un vidente, es que todos los seres vivos luchan por morir. Lo que detiene a la muerte es la conciencia.
Cuando un guerrero toma la decisión de pasar a la acción, debería estar dispuesto a morir. Si está dispuesto a morir, no habrá tropiezos, ni sorpresas desagradables, ni actos innecesarios. Todo encajará suavemente en su sitio, porque no espera nada.
El chamanismo es un viaje de regreso. Un guerrero regresa victorioso al Espíritu tras haber descendido al infierno. Y del infierno regresa con trofeos. La comprensión es uno de sus trofeos.
Cuando un guerrero deja de tener cualquier clase de expectativas, las acciones de la gente ya no le afectan. Una extraña paz se convierte en la fuerza que rige su vida. Ha adoptado uno de los conceptos de la vida del guerrero: el desapego
Un guerrero no está nunca sitiado. Estar sitiado implica que uno tiene posesiones personales que defender. Un guerrero no tiene nada en el mundo salvo su impecabilidad, y la impecabilidad no puede ser amenazada.
Cuando uno no tiene nada que perder se vuelve valiente. Sólo somos tímidos mientras nos queda algo a lo que aferrarnos.
Lo recomendable para los guerreros es no tener cosas materiales en las que enfocar su poder, sino enfocarlo en el espíritu, en el verdadero vuelo a lo desconocido y no en trivialidades.
Todo el que quiera seguir el camino del guerrero ha de librarse de la compulsión de poseer cosas y aferrarse a ellas.
Todos tenemos mucho miedo a lo desconocido. Es por eso que siempre buscamos un entorno seguro.
Para nosotros es desconocido todo aquello que no encaja con la descripción que nos han dado de las cosas, y entre ello está obviamente todo lo que no es perceptible por los cinco sentidos.
Básicamente porque la ciencia no es capaz de ir más allá, por lo tanto desconoce algo tan natural y normal como lo que hay después de la muerte del cuerpo físico.
Esta sociedad ha degenerado hasta niveles muy altos de materialismo. Estamos muy apegados a la materia, y esto nos ha llevado a estar totalmente identificados con nuestro cuerpo físico. La conciencia está tan bien interconectada con el cuerpo físico, que creemos que somos el mismo cuerpo, sin embargo éste no es más que un vehículo mediante el cual la conciencia puede moverse por la tercera dimensión.
Para el hombre común, la muerte representa desprenderse de todo, dejar de existir, enfrentarse a lo desconocido, y esto genera un miedo terrible.
Sin embargo podemos afirmar que la muerte es una energía maravillosa que forma parte de nosotros y que está presente en toda la naturaleza. Es una fuerza muy poderosa, un rayo, una descarga eléctrica capaz de transformarlo todo.
Los chamanes decían que la muerte anda siempre.



 

"Sin pensamos acerca de la vida en término de horas y no de años, nuestra vida es inmensamente larga. Aun en términos de días, la vida es interminable."












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2 comentarios:

BNKTOP dijo...

eres un aprendiz ?

Pilar Soro dijo...

Genial este artículo.

Escribe en algún sito más para poder seguirle?

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